domingo, 30 de junio de 2013

La Corrupción de los Defensores del Orden

Esta historia trata acerca de una aldea de duendes, duendes que vivían en perfecta armonía en una mediana ciudad ubicada en una secuoya. Cada duende realizaba un trabajo para que la ciudad prosperara y se llevaban un beneficio de ello. Había diferentes tipos de trabajo:

-Estaban los productores, que se dedicaban a producir, como su nombre indica. Producían todo tipo de cosas: alimento, muebles, ropajes y muchas otras cosas.
Estos duendes tenían un sueldo, pero además, como beneficio extra se les permitía quedarse con una pequeña parte de lo que producían para ellos mismos.

-Luego podíamos ver a los que se encargaban de hacer que la savia circulara continuamente y sin problemas por el árbol, ya que esta les permitía generar energía que permitía el funcionamiento de diferentes artefactos. Estos duendes gozaban de una interesante rebaja en el precio de la energía que les llegaba a sus hogares, además del correspondiente sueldo por su trabajo.

-También estaban los mercaderes, que vendían los productos generados por los productores a los diferentes duendes de la ciudad. Estos podían quedarse con los productos que vendían, de forma que podían adquirirlos de forma más barata que cualquier otro duende.

Había muchos más trabajos de duendes, pero en esta historia me quiero centrar en uno en concreto, uno muy importante: los defensores del orden. Los defensores del orden tenían como función asegurar el orden dentro de la ciudad, de forma que ningún duende atentase contra los derechos de otro. Si algún duende realizaba un acto prohibido, recibía una penalización que podía ser desde un pequeño pago para compensar lo que ha hecho hasta la muerte. Sin embargo, los pobres defensores no recibían como beneficio nada más que su sueldo, lo cual no podían permitir; así que cogieron por ellos mismos un beneficio. Este beneficio era tener la autoridad para retirar las penalizaciones  a cualquiera que les pareciese oportuno. A simple vista no parece que les beneficiase especialmente, sin embargo lo podían utilizar para conseguir beneficios, ya que negociaban con los que recibían penalizaciones para retirárselas. Con los años esta práctica se hizo habitual.

Tras un tiempo los defensores llegaron a una conclusión: para defender el orden, debían estar por encima de él, no supeditarse a éste, de forma que ellos no debían recibir penalizaciones por sus acciones, como era lógico. A partir de ese momento empezaron a realizar acciones en contra del orden. Al principio simplemente hacían cosas con poca penalización, como sustraer pequeños artículos a los habitantes de la ciudad. Sin embargo, fueron cada vez a más. Ya no simplemente sustraían pertenencias de otros duendes, también atacaban a los que les llevaban la contraria y al final acabaron matando a varios. Eran tan poderosos que creían poder hacer lo que quisieran.

Un día se apropiaron de la peor arma existente en el mundo de los duendes: el fuego. Era lógico que se hiciesen con ellas: ¿quién mejor que los protectores del orden para custodiar un arma tan peligrosa? Los habitantes empezaron a volverse insurrectos, ¿cómo se atrevían semejantes alimañas a rebelarse contra sus defensores? Evidentemente, los defensores no podían permitir semejante osadía, así que decidieron dar una lección a los habitantes de esa ciudad llena de duendes ambiciosos. Sacaron su mejor arma para darles una lección a esos duendes insurrectos: el fuego. El fuego arrasó a todos los rebeldes, sin embargo se les descontroló y se acabó extendiendo por toda la secuoya hasta que no quedaron más que cenizas de lo que un día fue una próspera ciudad duende.

FIN